El artículo que puedes leer a continuación lo escribí para mi colaboración en el proyecto La cúelebre, y en el relato la relación que el ser humano ha tenido con el fascinante árbol del tejo desde la prehistoria hasta nuestros días.
Un árbol entre la vida y la muerte
El tejo nos lleva acompañando desde la noche de los tiempos.
Este viejo aliado, ha sido testigo del devenir de la historia de la humanidad, e incluso, en determinados momentos ha formado parte importante de ella.
Su vinculación con la muerte es clara y poderosa desde el pasado, pero como toda sombra, no puede existir sin que haya luz, y también, la vida forma parte de su tradición.
El tejo es sin duda uno de los árboles que tiene una mayor relación con los muertos y el más allá. Pero también bajo su copa se ha resguardado la vida. Templo vivo y árbol de concejo. Aunque débiles, han llegado hasta nuestros días los ecos de su importancia. No en vano “la palabra dada bajo el tejo es sagrada” como se dice en León. Ya que en el pasado mucho de estos árboles centenarios acogieron las asambleas de pueblos y aldeas donde se decía el futuro de la comunidad.
Su propia naturaleza nos demuestra ser un auténtico ave fénix vegetal que puede vivir cientos de años, y se agarra a la vida con múltiples maneras de reproducirse, desde los rebrotes, esquejes, acodos, raíces aéreas… A veces lo que pudiera parecer un ejemplar joven puede ser un centenario «resucitado».
Pero empecemos por el principio de nuestra relación.
Entre las primeras pruebas que demuestran nuestro el vínculo con este árbol encontramos una punta de lanza de tejo hallada en Inglaterra que tiene 420.000 años. De hecho, es el primer utensilio de madera trabajada por el ser humano que se conoce.
Son múltiples las evidencias de su uso desde la prehistoria. Incluso hay teorías y líneas de investigación que van más allá del uso de su madera, proponiendo ya su utilización en rituales, que podrían haber llevado a la representación esquemática de sus hojas en múltiples pinturas murales.
Algo que es indiscutible, es que su madera fuerte a la vez que flexible, la hace idónea para la construcción de múltiples utensilios, desde agujas, cucharas o traviesas, a los famosos arcos ingleses. La importancia de estos últimos fue tal, que el uso de esta mortífera arma utilizaba el ejército de Inglaterra, ya en la guerra de los 100 años provocó una auténtica esquilmación de los bosques de tejos, no solo en la propia Inglaterra, sino en otros países de los cuales importaban su madera como España. Su madera se usó para la fabricación de armas similares en otras culturas y épocas, incluso las propias puntas de lanzas y flechas se untaban con el veneno extraído del propio árbol, potenciando doblemente su carácter mortal.
Aquí ya vemos esta dicotomía, siendo un material excelente para levantar las vigas donde se guarece la vida y los aparejos para el día a día, o un arma con una gran potencia para cazar o aniquilar al enemigo en la batalla.
Pero no sólo su uso en las cacerías o la guerra lo enlazan con la muerte. Su vinculación más fuerte es la gran capacidad toxica que tienen todas las partes del árbol, a excepción de la carne de sus frutos. Tal es el caso, que su nombre científico: taxus, tiene la misma raíz que toxon, nombre griego del arco, y que toxicum nombre latino del veneno.
Su potencia mortal es realmente alta. Por este motivo muchos pueblos y culturas lo han usado no solo para matar a la presa o al enemigo, sino para poner fin a su propia vida en situaciones de asedio, ante la derrota inminente o para acortar la vida cuando el sufrimiento en la hora última se hacía insoportable.
Por este motivo su presencia es común en muchos cementerios. Además, muchas de estas culturas consideraban que el tejo era guía y portal hacia el más allá, y la forma de comunicarse con los que han cruzado el velo. Estando implicado en muchas leyendas y supersticiones con el culto a los muertos.
Bien sea por su supuesta capacidad enteógena, por su indiscutible potencia mortal, por la valía de su madera, el cobijo de la extensa copa que ofrecen los ejemplares centenarios u incluso por otros motivos que la mente actual no es capaz de discernir, lo que es cierto e indiscutible es que el tejo lleva ocupando un lugar destacado y un rango sagrado para el ser humano desde tiempos ancestrales.
Y si los principales usos del pasado proyectan una sombra de muerte tras su historia, actualmente, esa misma capacidad para matar está siendo usada para conservar la vida. La acción de alguno de los múltiples compuestos del tejo lleva usándose en las últimas décadas en tratamientos de quimioterapia con excelentes resultados en la lucha contra distintos tiempos de cáncer.
En el momento actual la gran mayoría de las tejadas han sido devastadas, podemos encontrar ejemplares escondidos en los montes, muchas veces en sitios de difícil acceso, encaramados en las rocas de los cortados, o en la profundidad del valle húmedo, casi siempre en solitario, aunque a veces forman pequeños grupos.
Pero donde es más fácil admirarlos, es en los pueblos, cerca de las iglesias, en los cementerios o en las plazas. Allí aún perviven estos ancestros que en muchos casos están desde hace milenios y nos indican el lugar sagrado, el punto de reunión donde el pueblo se juntaba para tomar decisiones, el sitio exacto donde se ha rendido culto a lo inefable generación tras generación. Altares vivos a los que muchas veces se les ha añadido la piedra, el templo o la cruz. Bajo los cuales se ha celebrado la vida con bailes y romerías, y también se ha honrado la muerte. Lugares sagrados que indican que los distintos ritos no tienen por qué estar reñidos, que pueden convivir, evolucionar, cambiar, degenerar, pudrirse, y volver a resucitar, como el propio árbol hace. Como símbolo del eterno e inseparable ciclo de vida y y la muerte.
Elena Álvarez Domínguez