
Todos tenemos una, o varias, o muchas.
Puede ser grande y profunda, puede que aun sangre a pesar de los años y de las tiritas. O pueden ser superficiales pero repetidas, como las que hacen los alambres de pinchos con los que nos rozamos una y otra vez, por no cambiar de camino. Tal vez está infectada y aunque la creemos curada de vez en cuando se abre y supura para pedir tu atención.
Lo que está claro es que todos tenemos heridas o las vamos a tener. Lo que está claro, es que la mayoría las vamos a intentar ocultar, a negar, a maquillar… Y muchas veces a medicar… mientras seguimos sonriendo como si no pasara nada. Porque en esta sociedad, la herida está mal vista. No sé permite ni se contempla, porque es de lo más humano y revolucionario que tenemos, es el germen de todo cambio real.
En esta sociedad, el dolor, el sufrimiento, la tara, o lo que es lo mismo: la herida, no se acepta y se niega de forma continua y sistemática. Y con ello se nos niega nuestra humanidad, nuestro derecho a estar mal y por lo tanto nuestra evolución. No puedes parar, no puedes estar mal. La consigna es la misma venga de donde venga. No te rindas, sigue adelante, sigue, sigue, sigue… Pero no se puede renacer sin antes morir.
- ¿Qué tal estás?
- Bien.
Dos frases hechas e inseparables la una de la otra. Porque si ante un ¿Qué tal estás? Respondes con un mal…. Ya la has liado, tienes ante ti una cara desencajada y unos ojos desorbitados ante tamaña muestra de sinceridad. Y en vez de consuelo y escucha, acabas oyendo negaciones externas, ánimos huecos y frases manidas. Acabas sintiéndote culpable por estar mal y encima ¡por decirlo abiertamente! ¡A quien se le ocurre! ¡Qué desfachatez! Decir bien es mucho más sencillo. Esto es lo que acabas aprendiendo con los años, aprendes que realmente detrás de un ¿qué tal estás? La mayoría de las veces no hay ningún interés, es como un: Hola, así que pronto aprendes a decir: bien, aunque tengas el corazón roto y el alma despedazada. Y de tanto decirlo te lo acabas creyendo, es más fácil que mirar el dolor a los ojos, y aceptar que la mierda te llega al cuello. Es más fácil que aceptar la derrota, la caída, el fracaso o la pérdida. Es más fácil sí, pero también es más devastador y es lo que al final te acabará matando en vida. Es lo que lleva a una existencia hueca en la que sólo hay convencionalismos.
La negamos de tal manera que hasta nos olvidamos de ella. Me sorprende muchísimo cuando la gente viene a mi consulta y me dicen que están bien.
Al principio la mayoría está bien, todos estamos bien, pero en el momento que rascas un poco y vas construyendo la historia… Aparecen las sorpresas, aparecen los problemas reales, las heridas ocultas por tanto tiempo, esas que nos hacen sufrir en silencio, esas que piden nuestra atención y como no se la damos nos restan poco a poco la energía como si de un parasito invisible se tratara. Pero cuando alguien nos ayuda a mirarlas a los ojos, podemos reconocer y aceptar. Podemos escuchar lo que nos lleva susurrando todo este tiempo, antes de que empiecen los gritos: ese dolor de espalda, el problema de piel, la hinchazón abdominal, la presión en el pecho, los desvelos en la noche…
Si los escuchamos podemos ver dónde está la solución real, donde está el bloqueo. Donde está la llave que nos abre la puerta a otro capítulo de nuestras vidas, mucho más consciente, más pleno y más libre.
¿Te animas a mirarla a los ojos? Si quieres te acompaño.
Preciosa fotografía de Hugo Castro (Sheiku)
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Las informaciones y sugerencias aquí presentadas en ningún caso sustituyen los diagnósticos o prescripciones médicas ni de otros profesionales de la salud.