Antes o después todos vamos a pasar por más de un duelo en la vida. Todos nos tenemos que despedir de seres queridos, trabajo, proyectos, casas, sueños… todo ello son duelos. Y dependiendo de la importancia de cada uno, del tiempo que nos acompaño o de como fue la despedida… el duelo será más o menos duro, y más o menos largo.
Actualmente el duelo, el dolor, el daño, la herida, la cicatriz… se esconde, se aparta, es políticamente incorrecto estar mal, no esta de moda sufrir, ni reconocer el fracaso o la promesa incumplida… hay un miedo atávico en todo ello, y corremos a poner tierra encima del «muerto» y mirar para otro lado. En la cultura de la inmediatez queremos resultados rápidos e instantáneos, queremos estar bien y que los demás a nuestro alrededor también lo estén. Y negamos continuamente cosas tan reales como necesarias, negamos el dolor, la perdía, el vacío, el desierto y la desolación que todo ello nos genera. Nos exigimos a nosotros mismos y a los demás la recuperación inmediata, porque la vida sigue y no te puedes parar.
¿Cuánto tiempo se necesita para despedir a quien te a acompañado en la vida?
Me encuentro en consulta a diario personas doblemente heridas, primero por la perdida y luego por la culpa que genera el no estar bien.
¿Pero que estamos haciendo? Es como si el árbol se culpara por perder sus hojas en otoño.
Es la vida, es el proceso, es la noche del alma, llegará de nuevo la luz, pero no sin antes respetar los tiempos, el luto y la muerte.
Al fin y al cabo es la muerte lo que tenemos que integrar como parte inseparable del ciclo de la vida. Aquí no hay atajos, es necesario transitar el dolor, sentir el vacío y habitarlo antes de poder llenarnos de nuevo. Sentir el golpe seco que nos deja sin aliento, notar como nuestra espalda se arquea y el pecho de hunde para abrazar y dar consuelo al corazón, para sostenerlo en la perdida. Tenemos que hacer eso antes de que pueda ensancharse de nuevo para acoger la esperanza. La gente no esta mal por capricho, sino porque a veces no se puede estar de otra forma. Y aun así lo negamos.
El resultado: heridas maquilladas que acaban enquistándose y pudriéndote el alma. Sonrisas vacías y vidas de autómata, de hacer por hacer, porque toca, por la foto, por cumplir, porque hay que ser fuerte… medicación u otros vías de escape para soportar el duelo no vivido que escondemos dentro…
Todo lleva su tiempo, el desierto volverá a florecer si nos permitimos reposar en él. No corras, no huyas, no hay atajos. Hay que curarse primero, con calma, con paciencia, con tiempo, con lloros… porque a veces la vida duele, las batallas se pierden y no nos queda otra que reconocer y reposar en la derrota antes de poder ponernos de nuevo en pie.
Busca ayuda para sanar, rodéate de personas que sepan escuchar, que sepan sostenerte y respetar tu dolor y tus ritmos. Aléjate y pon freno a los que no lo hacen, de los que te empujan a soltar, a disfrutar del momento, a agradecer, a fluir. La vida duele señores, y hay que estar abierto a acoger el dolor cuando se presenta, a abrirse en canal para drenarlo, a admitir que a veces las cosas rotas no se pueden reparar.
Seguro que sales de esta, pero tal vez aun no puedes, es normal, es respetable y es sano, aunque te digan lo contrario, y no eres tonto porque aun no lo has superado, porque aun necesitas más tiempo y espacio en el lodo. No pasa nada, sólo tú sabes el significado profundo de la perdida.